Tenías las manos más pequeñas. Intentabas agarrar el portón, pero era más grande que lo usual. Te
sentí más pequeña, más niña, más molesta.
Detrás de ti, un chiquillo en el que me
veo; una devoción que te delata y te hace predecible. El chico sostenía un
vaso con la boca. Tu rabia fue tal, que lo
abandonaste en el intento. El vaso cayo a la vez que el portón golpeó su cara.
Puede haber llorado por el, pude haber
corrido en su ayuda. Pero me vi de tal manera en su rostro, me sentí tan cerca
de sus ojos, de sus manos grandes pero inútiles ante tu enojo. Me vi lejos,
entendí mi miopía. Nada a cambiado, sólo mi receta.