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sábado, 24 de noviembre de 2007

Los fanáticos


Siempre lloraban, más que una costumbre comenzaba a ser casi un reflejo. Nunca pudieron confesar en publico el motivo real por el cual lo hacían, pero igual, para el público dejo de ser un milagro.

Luego de varios meses de asistir al mismo café a ver al mismo grupo de personas llorar sin motivo, en tarima, con música de fondo (la misma música), cualquiera consideraría huir.

En cambio, el caso de este grupo de fanáticos (unas 14 o 15 personas) era peculiar. Cuatro de ellos, dos parejas, siempre habían asistido al lugar, mucho antes de que el espectáculo se iniciara, incluso antes de que la tarima se construyera. Meses antes de que comenzaran esas noches, se asistía los domingos a la misma hora entre 9:30 y 9:37 de la noche a contar recibos y estrujar papeles en público. Era todo un espectáculo, cada 37 o 38 recibos o servilletas desechadas se tocaba una campana y la casa invitaba una ronda de copas. Nunca se supo quien contaba, pero la realidad era que todo el mundo salía con la cabeza al nivel e las rodillas (literalmente). El licor o la acción de eliminar memorias de debito (y memorias en general), tenía efectos fisiológicos severos en la postura de la gente que asistía esas noches. Luego de varias semanas de asistir con religiosidad, algunos de los participantes (todos solteros) desarrollaban un abultamiento extrañísimo sobre la cadera izquierda. Nunca se tuvo un diagnostico claro de por que y qué producía esa reacción, pero después dos semanas de no asistir, la hinchazón bajaba dejando una cicatriz rarísima parecida a una quemadura.


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